El pasado domingo 22 de febrero, los voluntarios del Refugio de Animales Ciudad Animal, fueron alertados de un macabro descubrimiento: se había llevado a cabo una matanza de galgos y se habían arrojado los cuerpos al vertedero municipal.
Ya este pueblo fue noticia en 2007, cuando nuestro refugio junto con la asociación Amigos de los Galgos denunció otra matanza de galgos en el término municipal de Villa de Don Fadrique : unos quemados, otros ahorcados y otros arrojados dentro de pozos. La denuncia, en ambos casos, fue presentada ante la Guardia Civil del puesto de Lillo, Toledo.
Estos últimos animales aparecidos en el vertedero se suman a la extensa lista de galgos que en nuestro país forman parte de una “tradición” entre cazadores: los asesinatos y ahorcamientos son la forma habitual en que estos autoproclamados “ecologistas” se deshacen del animal al que ya no quieren tras acabar la temporada de caza.
Saber quién o quiénes han sido los autores de estos asesinatos no debería ser un inconveniente; por el contrario, son casos muy fáciles de investigar. Los dueños de estos galgos viven por lo general en pueblos pequeños donde todo el mundo se conoce, por lo que con un poco de voluntad por parte de las autoridades sería muy fácil identificarlos.
Habría que preguntarse cuántos son ya los casos de galgos aparecidos muertos en circunstancias similares por toda España, y sumarlos a los que logran conservar su vida y aparecen con sus cuellos en carne viva, con perdigones por todo el cuerpo, con quemaduras, atrapados en cepos, apaleados y cruelmente torturados por el psicópata que no ve en ellos más que una herramienta que les ayude a cobrar la mejor presa para matar.
Los cuerpos de estos galgos lanzados al vertedero pueden hablar: nos hablan de sufrimiento, de dolor, de terror, de hambre, de incomprensión, nos hablan de una sociedad en la que la vida de los animales vale menos que nada. Es muy probable que los vecinos del autor de esta matanza (y muy posiblemente de otras) sepan quién es pero callen; también es probable que el energúmeno vuelva a actuar repitiendo la “hazaña” ya que se sabe impune. A no ser, claro, que por fin se identifique al culpable y se le aplique un castigo ejemplar.
Ya este pueblo fue noticia en 2007, cuando nuestro refugio junto con la asociación Amigos de los Galgos denunció otra matanza de galgos en el término municipal de Villa de Don Fadrique : unos quemados, otros ahorcados y otros arrojados dentro de pozos. La denuncia, en ambos casos, fue presentada ante la Guardia Civil del puesto de Lillo, Toledo.
Estos últimos animales aparecidos en el vertedero se suman a la extensa lista de galgos que en nuestro país forman parte de una “tradición” entre cazadores: los asesinatos y ahorcamientos son la forma habitual en que estos autoproclamados “ecologistas” se deshacen del animal al que ya no quieren tras acabar la temporada de caza.
Saber quién o quiénes han sido los autores de estos asesinatos no debería ser un inconveniente; por el contrario, son casos muy fáciles de investigar. Los dueños de estos galgos viven por lo general en pueblos pequeños donde todo el mundo se conoce, por lo que con un poco de voluntad por parte de las autoridades sería muy fácil identificarlos.
Habría que preguntarse cuántos son ya los casos de galgos aparecidos muertos en circunstancias similares por toda España, y sumarlos a los que logran conservar su vida y aparecen con sus cuellos en carne viva, con perdigones por todo el cuerpo, con quemaduras, atrapados en cepos, apaleados y cruelmente torturados por el psicópata que no ve en ellos más que una herramienta que les ayude a cobrar la mejor presa para matar.
Los cuerpos de estos galgos lanzados al vertedero pueden hablar: nos hablan de sufrimiento, de dolor, de terror, de hambre, de incomprensión, nos hablan de una sociedad en la que la vida de los animales vale menos que nada. Es muy probable que los vecinos del autor de esta matanza (y muy posiblemente de otras) sepan quién es pero callen; también es probable que el energúmeno vuelva a actuar repitiendo la “hazaña” ya que se sabe impune. A no ser, claro, que por fin se identifique al culpable y se le aplique un castigo ejemplar.
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