domingo, 4 de enero de 2009

TESTAMENTO Y ULTIMA VOLUNTAD DE UN PERRO


Tengo pocos bienes que dejar, no tengo nada de valor, excepto mi amor y mi fidelidad. Pido a mis amos que me tengan siempre presente en su memoria, pero que no sufran por mí. En mi vida me he esforzado en ser para ellos un consuelo en los momentos de tristeza y un motivo de alegría en su felicidad: me duele incluso que con mi muerte pueda causarles pena.

Es hora de decirles adiós y será triste dejarlos, pero no será triste morir; los perros, a diferencia de los hombres, no temen la muerte.

Quiero hacer una ferviente petición: he oído decir frecuentemente a mis amos: “cuando muera no queremos más perros; lo queremos tanto, que no lo podríamos tener”. Yo quisiera pedirles, por amor a mi, que tengan otro inmediatamente, pues no tenerlos sería un triste recuerdo a mi memoria. Quisiera tener la certeza de que, por haberme tenido en la familia, ahora ya no podrían vivir sin perro.

Nunca fui celoso; jugué con el gato negro, a quien dejaba compartir la alfombra de la sala en los días de frío, y a todos di lealtad y amor.

A mi sucesor le dejo mi collar y mi correa y le deseo que, como yo, disfrute de la felicidad que yo disfruté en esta casa que es la mía.

La última palabra de adiós a mis queridos amos: cuando visitéis mi tumba, pensad de mi con tristeza, pero también con satisfacción, que “aquí descansa una criatura que nos amó”, y por profundo que sea mi sueño, yo os escucharé, y ni siquiera el enorme poder de la muerte impedirá que mi espíritu MENEE LA COLA AGRADECIDO.

1 comentario: